domingo, 23 de diciembre de 2012


       Tan inoportuna como siempre, tan callada, tan impaciente. Considérala alguien impredecible, con brotes de felicidad y tristeza a la vez; irrevocablemente al mismo tiempo. Denótala mejor con una mirada, o un simple gesto; sal a su encuentro con tremenda, dócil y brusca forma de correr. No la hagas esperar, no le confíes amor eterno ni le hables de infinitos; pero no le robes su presente. Déjala callarte con una sonrisa, déjala recordar cualquier detalle que pueda hacerla sonreír. Difícilmente se verá capacitada para hacer las cosas sin motivo, y difícilmente tendrá la valentía de rechazar las sensaciones rápidas y aceleradas pulsaciones del latir de su corazón. Encaja su mano con la tuya, encaja un punto medio entre el amor y el dolor, escucha sus latidos, sal a su encuentro, rechaza cualquier razón por la que tu no quieras. Fúgate, vete con ella a otra parte de este mundo y no vuelvas. Protégela, ámala, asegurate de que ella siempre esté bien. Aún cuando te vayas de pronto de la mano de tu destino, y quieras zanjar tu camino. Aún cuando te sientas obligado a hacerla daño, a callarla, a evitar cualquier encuentro, a huir. Aún y a pesar de cualquier motivo intolerable a la razón que mi corazón comparte, aún así, nunca jamás niegues lo evidente de aquello que siempre será sueño de los que deliran porque no encuentran lo que sueñan.

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